En las fechas previas al evento de Pebble Beach en agosto de 1985, dos Bugatti Royale franceses se preparaban para cruzar el Atlántico con destino a California. Estos dos automóviles, propiedad de un coleccionista francés, estaban programados para ser exhibidos en el prestigioso concurso de elegancia de Pebble Beach, uno de los eventos más destacados en el mundo de los autos clásicos. Con 6,4 metros de largo y un motor de 8 cilindros en línea con una cilindrada de 12 litros, el Bugatti Royale es una presencia imponente. Desde el punto de vista técnico y estilístico, el Royale, opulentamente equipado y hecho a medida siguiendo las instrucciones de sus compradores, superó su cometido con suma facilidad. Sin embargo, su lanzamiento en 1929 coincidió con la recesión económica mundial y su desorbitado precio hizo que solo se fabricaran seis unidades. Milagrosamente, las seis unidades fabricadas han sobrevivido hasta hoy, aunque se encuentran repartidas a ambos lados del atlántico, con cuatro en Estados Unidos y dos en Francia. A simple vista, podría parecer que reunir tan solo seis coches no sería algo tan complicado. Pero la realidad es que resultó una tarea ardua, especialmente cuando se requerían transportes especiales y acuerdos diplomáticos internacionales. La mayoría de los coches estaban en Estados Unidos, por lo que reunir cuatro de ellos no fue tan complicado. Dos de los Royale provenían de la colección privada de William F. Harrah en Reno (Arizona), uno del museo Henry Ford en Dearborn (Michigan) y otro de la colección del ex piloto y regatista Briggs Cunningham. Los dos Bugatti Royale restantes, el Type 41 Park Ward y el Type 41 Coupé Napoléon, se encontraban en Francia, específicamente en el famoso museo La Cité de l'Automobile en Mulhouse, un lugar de visita obligada con más de 560 coches en exhibición. Este museo fue creado tras el escándalo de los hermanos Schlumpf, quienes aprovecharon parte de la colección privada de Hans y Fritz Schlumpf. Sin embargo, reunir estos dos coches supuso un desafío mayor. Los hermanos Schlumpf habían creado un imperio textil en Alsacia antes de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, al igual que la industria textil europea en general, sus fábricas entraron en crisis en los años 70 y tuvieron que cerrar, dejando sin trabajo directo a 3.000 personas. En la madrugada del 7 de marzo de 1977, un pequeño grupo de trabajadores de la empresa entró en una de las naves apartadas de la fábrica como si fueran un comando. Su objetivo era encontrar maquinaria y telas, activos de la empresa que usarían para conseguir indemnizaciones por su despido. Pero se encontraron con una sorpresa: cientos y cientos de coches clásicos de preguerra, entre ellos, los dos Bugatti Royale. La noticia se extendió rápidamente, y la policía intervino para evitar que los trabajadores se llevarán los coches. Los Schlumpf nunca habían escondido que tenían una gran colección privada, pero era la primera vez que alguien veía los coches reunidos en un mismo lugar. La policía incautó los coches y trasladó los más valiosos al museo más cercano, La Cité de l’Automobile, mientras los Schlumpf intentaban recuperarlos por la vía judicial. La larga batalla legal que siguió finalmente llevó a que el museo se quedara con la colección, y los hermanos Schlumpf fueron declarados en quiebra. La idea de reunir los seis Bugatti Royale partió de Chris Bock, entonces miembro de la organización y el presidente del jurado en Pebble Beach. Para que Francia prestara los dos Bugatti Royale que poseía, Bock y sus colegas tuvieron que convencer a los funcionarios del gobierno estadounidense para que concedieran a los dos coches la inmunidad diplomática. Esta inmunidad diplomática garantizaba que ningún juez local o federal estadounidense pudiera confiscar los coches, aunque fuera de forma cautelar, en caso de que uno de los hermanos Schlumpf interpusiera una demanda para recuperarlos. Fue la primera vez que un coche se benefició de este estatus. ¿Solucionado? No del todo. No se podían transportar dos piezas tan valiosas en un mismo avión, ya que si algo salía mal, se perderían ambos coches. Por lo tanto, cada Bugatti Royale fue transportado en un avión distinto. Aunque preocupados por las posibles represalias de los hermanos Schlumpf, el museo de Mulhouse insistió en que cada coche fuera transportado por separado desde el aeropuerto hasta el recinto de Pebble Beach. No se permitió que fueran en el mismo camión, sino que cada uno tuvo su propio transporte. Incluso se especula que cada camión siguió una ruta diferente. El transporte en su conjunto tuvo un costo de aproximadamente 85.000 euros en 1985, y fue sufragado por coleccionistas, jueces del concurso, funcionarios y amigos del evento. Tal era el entusiasmo por ver los legendarios modelos de Bugatti en Pebble Beach que valía la pena pagar el precio.
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